Con la mirada altiva, por encima del hombro, del estilo de Elizabeth Taylor en “Cleopatra”, fue como la conocí. Rodeada de sus compañeras de escena, riendo y dejando su mano a medio caer, mientras bromeaba con cursilerías propias de la edad y del colegio en el que estaba, una Sandy (Olivia Newton-John) en el instituto de Rydell High School, pero con Marcelo Spínola. Me di cuenta de su tirantez de niña de colegio de pago y la ironía constante de Kate Capshaw en “El Templo Maldito”. Me encanta ese humor. Al tiempo, se convirtió en Madeleine, o en Judy Barton, esa mujer que aparecía allá por donde iba el detective John 'Scottie' Ferguson. Al igual que Kim Novak, mi chica se me aparecía por todos lados y su sonrisa la veía donde no debía.

La besé. Tardé en besarla, pero la besé. Aquella mirada fija, sin sonrisa y los ojos oscuros de Natalie Portman, felices mientras que escondían algo de tristeza. Fue un beso intenso, como el de Deborah Kerr y Robert Taylor, mientras Roma ardía y caía a sus espaldas. Su piel clara y su melena me hacían sentir con calma, distinto a lo que por fuera vivía. Y aunque sus dos años por delante de mí la convertían en una mujer madura del mundo audiovisual, su inocencia y la cara sonriente y juvenil de Judy Garland la convertían en una pequeña niña frágil y adorable.

Vivimos los años juntos, a veces con más alegrías, tornando su faz a la de Katharine Hepburn desayunando en la puerta de un Tifanny´s; y a veces con más “dolores”, convirtiéndose en una Bette Davis en “Eva al desnudo”. O incluso peor, la hermana de baby Jane, cuando se da cuenta de que quien le intenta arruinar la vida es de su propia sangre. Pero siempre, la solución para volver a poner las aguas tranquilas era simplemente vernos. Su mirada, a veces impaciente, a veces intranquila y a veces soñolienta, me hacía respirar aire puro, aire fresco. Conseguía pasear en la tranquilidad de mis pensamientos al acercarme a su pecho, a su corazón. La calma de Diane Keaton en cada película de Woody Allen, la inspiración que provoca en cualquier personaje masculino. La madurez, la mujer, y la sencillez aparente de Mia Farrow. Y la sensualidad, escondida debajo de muchas capas de cebolla de mujer, hacían de Raquel Welch y Brigitte Bardot las protagonistas de su cuerpo, en esas noches en las que pude -y puedo seguir, ahora más que nunca- disfrutar de su cintura, mientras desaparecían las mujeres que estaban cubriéndola de prejuicios y miedos absurdos por fuera de su ser.

Así, junto a una claqueta negra y de colorines, repitiendo las escenas cuantas veces haga falta y sonriendo a la cámara, me casaré con esa musa del cine, esa mujer que entre cajas negras empezamos escondiendo nuestro secreto y que cada día tengo la suerte de verla a mi lado. Esa mujer que no llegó a trabajar nunca en el cine, pero se ha convertido en la protagonista de mi película favorita, la mujer de las mil caras de Hollywood.

No hay comentarios:

Publicar un comentario