Hoy he vuelto a ir al Blanco Cerrillo de la esquina, la de Pío XII, no la del centro. Tapa de adobo y tapa de ensaladilla, lo de siempre, con Coca-Cola. Sentado en la barra, mirando al frente y viendo cómo de rápido y bien se manejan los camareros de ese bar, tradicional donde los haya. Ya quisieran esa velocidad y esa efectividad en otros sitios de nuestro país.

Era imposible no pensar en el fin de semana, en aquellas dos niñas pequeñas, de mofletes supercolorados y despeinadas por el ajetreo del correr por Oxford Street. Era imposible no bajar el pie de la banqueta alta del bar y pensar "estoy aquí y no pasó nada".
Agazapado, que es una palabra muy utilizada cuando se narran hechos de guerra o alguien está siendo perseguido, miraba al frente, medio en cuclillas, medio sentado ya en el suelo, observaba a mi novia apoyada en la puerta abierta del almacén. La cafetería -o algo así por el estilo creo que era, donde vendían sándwiches, dulces y pastas para transéuntes-, en una paralela de Oxford Street, se había llenado de visitantes casuales, de extranjeros turistas que no querían pedir nada de comer, sólo esconderse, protección. Yo, agarrado de la mano de mi novia, entré y me puse detrás de la barra, como tres chicas de Chicago, que ya estaban allí cuando llegamos y no dejaron de llorar en todo el tiempo que estuvimos escondidos. La psicosis con la seguridad que tienen los americanos se expresa a través del terror en los ojos de sus compatriotas cuando surgen las dudas y florece el miedo en la calle.

Un atentado (link). Nadie sabe. Se oyeron tiroteos. Nadie lo confirma. Carreras, muchas carreras, desde la estación de Oxford Circus Station, hasta un kilómetro a la redonda, pillando Regent Street, Carnaby, parte del SoHo y otras calles aledañas. Cinco coches de policía cortando la céntrica estación en cada una de las entradas del cruce; metralletas al hombro, helicópteros sobre nuestras cabezas, gritos y más gente corriendo; pero nadie sabe nada. Sólo la policía había recibido llamadas avisando de un posible tiroteo en el metro. Más carreras.

Todo lo cogí desde cero, en un Urban Outfitters de la propia Oxford Street. Allí sólo había chavalería, de 15 a 20 años, gente que no creo que fuese capaz de salvarse por sí misma ni aunque se le diera un manual de instrucciones. Un correr absurdo, llorando, por las escaleras de emergencia, sin sentido, derribando estantes y sin nadie saber nada. Histeria adolescente mezclada con las luces de las sirenas de los policías desde la calle. Nadie puede bajar y salir por la puerta habitual, queda prohibido por la policía, todo el mundo saliendo por la salida de emergencia. Y a correr.
De allí, al local regentado por dos chavalas españolas, una de Madrid y otra de Canarias, que habían recibido la llamada del jefe diciendo las posibles amenazas ocurridas y actuando como si se supieran el protocolo y lo hubieran sufrido más veces. "Que se cierre la puerta y ya nadie más pueda salir ni entrar hasta que me lo diga la policía y os vuelva a llamar". Pues allí, detrás del mostrador y con la puerta abierta del almacén, para que quepamos mejor, nos quedamos más de hora y cuarto. Mi novia, atemorizada, me miraba buscando una solución casi sollozando; sólo pude contestarle con otra mirada de tranquilidad y media sonrisa de calma. Quizás fui demasiado frío, me lo tomé con muchísima calma, pasé miedo como el que más, pero creo que no le di la gravedad al asunto que merecía. Sangre muy fría, calma y tranquilidad. Pensar, muchísimo, pero siempre en calma y con la cabeza sobre los hombros. Esa creo que era la clave.

Dos chinos -al menos parecían asiáticos, de ojos rasgados- que no se enteraban de nada -deberían tener menos nivel de inglés que yo- vivían aquello como una serie europea de Netflix pero sin subtitular. Se limitaron a pedir el Wi-Fi. Las tres muchachas de Chicago conectaron la tablet y pusieron la BBC. Sólo fotos desagradables, vídeos asustadizos, música de fondo con tónos árabes -que para nada querían influenciar a la opinión pública- y un sinfín de titulares del tipo "Caos en Oxford Street", "Shooting en Oxford Street", "Panic", "Terrorist Attempt", etc. Las dos niñitas empezaron a dibujar y a jugar distraídas, gracias a una mochila que traía la madre. Una española, que nos acompañó desde el Urban Outfitters, muy agradable pero extremadamente alarmista, sólo decía lo lejos que le pillaba su casa y que llevaba siete años allí y nunca había pasado nada. No sé dónde estaría ella cuando acuchillaron a un español en el Borough Market, o lo del famoso y bien escondido "7-J" en los autobuses...
Se hablaba cada vez menos, se esperaban gritos desde fuera o alguien que dijera algo. En la calle se empezó a escuchar menos. Las carreras se convirtieron en simples paseos. El tráfico pareció reestablecerse. Sonó el teléfono. El jefe daba el ok para poder abrir de nuevo las puertas y que todo el mundo saliera. La policía había abierto de nuevo las estaciones de METRO (Underground). No había pasado nada. Falsa alarma. Pánico, terror, histeria, pero no había pasado nada.

Salimos del local, volvimos a la calle, como si no hubiese pasado nada, pero nada. La gente volvió a las esquinas de las calles a tomar la típica pinta irlandesa en sus pubs, los sitios caros de restauración retomaron las reservas por donde iban, los taxis desaparecieron, los autobuses volvieron a funcionar normal, las tiendas empezaron a cobrar... no había pasado nada. No sé si será que se están acostumbrando a estos "attempt off", pero la resiliencia con la que reaccionaron los ingleses mientras que yo vivía aquella noche del viernes, me llamó la atención, me llegó a asustar y me hizo pensar. Me está haciendo pensar, hasta el punto de querer escribir este post.

¿Nos estamos acostumbrando a vivir con el terror? ¿Damos por hecho que es normal sufrir estas "amenazas" o estos momentos de pánico? ¿Es bueno para una sociedad tener que estar en alerta y volver como si nada cuando todo se haya "desmantelado"? ¿Apetece una cerveza después de saber que has estado pasando por encima de una estación que podría haber volado por los aires?
No pasó nada, por suerte. Cada uno puede elucubrar y formar todas las conspiraciones y paranoias que quiera, pero el hecho de vivir en un mundo así, ¿no es estremecedor? ¿no habría que preguntarse un poco si esto que está ocurriendo no es que sea precisamente el "bienestar social"? ¿Por qué no echamos un ojo a estas cosas y señalamos a los culpables, a los que saben lo que hay detrás y no atajan los problemas? ¿Estamos perdiendo la "guerra"?

Me he quedado sin regañás para empujar la ensaladilla. Demasiado pensar con el estómago vacío. También sin nada para beber. Bueno. Pies en el suelo, dime cuánto debo y me voy a casa. Deseando estoy de volver a Londres y seguir caminando por donde iba. Y sangre fría, aunque sobre.




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